La señora en la fila

Mientras esperaba para pagar en la caja del supermercado, una mujer de aproximadamente sesenta años se coló en la fila. Alguien le hizo el reclamo respetuosamente. Ella respondió sin pensarlo mucho: «Si cabemos todos en el cielo, ¿por qué no vamos a caber aquí en la tierra?» Nadie dijo algo al respecto. Reinó el silencio y un malestar interno, tal vez, en todos.

Algo tan sencillo como irrespetar el turno del otro y colarse en la fila es la muestra de que los valores se han ido perdiendo. Pero, contrario a lo que uno piensa (que es algo propio solo de los jóvenes), dicho fenómeno es intergeneracional y se viene naturalizado en la sociedad.

Basta entrar en las redes sociales para presenciar toda una (in)cultura del irrespeto. Pareciera que se hubiera dado una transposición de valores en la sociedad y que ser irrespetuoso, altanero, grosero, irreverente, fuera un ideal humano. Incluso se confunde el derecho a la libre expresión con un falso “derecho a ofender”.

Según el filósofo surcoreano Byung-Chul Han —en su ensayo ‘En el Enjambre’—, «el respeto constituye una pieza fundamental para lo público». No puede haber —ni en lo privado ni en lo público— paz, libertad y dignidad sin respeto. Dicho de otro modo, todo lo que atenta contra el respeto también vulnera lo público, lo de todos.

La descomposición familiar, la falta (o ausencia) de educación en valores, la falta de conciencia social, la degradación moral, han hecho que dicha (in)cultura sea una realidad latente y escale a otros estadios como las redes sociales. En dichas plataformas tienen demasiada repercusión las publicaciones vulgares, irreverentes y hasta peligrosas, pues se han convertido en una plaza donde el que quiera puede acribillar al otro y en donde es sencillo encontrar respaldo a dichas agresiones.

Del irrespeto, fácilmente se pasa a la violencia. Quien opta por el respeto, por la paz, la libertad; es objeto de burla, de ataque y de cancelación. Quien confiesa guiarse por la conciencia y sus valores es visto como un bicho raro, alguien anquilosado, salido de la caverna. Pareciera, especialmente, pero no exclusivamente, que solo se reconocieran los derechos sin deberes y que se “luchara” por nombrar derecho a la satisfacción de los deseos individuales.

Afortunadamente, aquel episodio en el supermercado no pasó a mayores; nadie se salió de las casillas. Esta mujer recapacitó y rompió la fila para ubicarse en el último puesto. Pudo entrar en razón, y eso hay que reconocerlo. Algo sí aprendimos todos: ¡colarse en la fila es una falta de respeto! Puede que no sea una cuestión tan trascendental, pero, malestar sí genera. Aquí cabe la tan conocida regla de oro: «No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti»

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *