Más presencia femenina - Felipe Farías Rodríguez

Más presencia femenina

A pesar de crecer en una cultura patriarcal y machista, Jesús fue un judío que se relacionó con varias mujeres sin complejos ni menosprecios, ni discriminaciones. Así lo atestiguan los evangelios: la hija de Jairo (Mt 9, 18-26), la mujer Sirofenicia (Mc 7, 25-30,) la suegra de Pedro (Lc 4, 38-41), la viuda de Naín (Lc 7, 11-17), la mujer adúltera (Jn 8, 1-11), la samaritana (Jn 4, 1-26), entre otros.

Para la época, la mujer ocupaba uno de los últimos puestos en la pirámide social: eran invisibilizadas, marginadas, aisladas, consideradas como sujetos inferiores que “no tenían nada importante que decir a la sociedad”. También se les veía como corruptoras, tentadoras, “Evas” que seducían al hombre —algunos aún las ven así— y con las que no era bien visto relacionarse porque significaban un riesgo. Sin embargo, es curioso que en los evangelios se las mencionan e incluso las presentan como protagonistas (por ejemplo, la Samaritana).

Es precioso leer los textos donde Jesús entra en diálogo con ellas y hasta en confianza, incluso con las que eran consideradas como impuras (la mujer que parecía flujos de sangre: Lc 8, 43-48) y pecadoras públicas (la mujer prostituta: Lc 7, 36-50). A él no le interesan las etiquetas ni se fija en sus miserias. Las trata con compasión, con amor, con dignidad. No me imagino los chismes que surgieron en torno a Jesús y a las mujeres. Su actitud debió ser muy escandalosa y confrontadora, sobretodo para el patriarcado judío.

Luego de la muerte del Señor y en torno al acontecimiento de su resurrección, la mujer ocupó un papel mucho más igualitario al del hombre en las comunidades nacientes. Lo vemos en (la Santísima Virgen) María que junto a otras mujeres perseveran en la oración, pero también en aquellas que sostienen las obras de la comunidad gracias a sus aportes (cuentan con independencia económica) y que gozan de protagonismo y de cargos eclesiales en las comunidades. Actualmente, hay varias investigaciones académicas respecto al papel de la mujer en la Iglesia del siglo I.

Ojalá que ahondar en la historia y en el cristianismo primitivo nos ayude a valorar la riqueza de lo femenino, sobre todo en los ambientes de formación donde se preparan los aspirantes al sacerdocio y a la vida religiosa masculina. La mujer ha sido relegada a cargos eclesiales secundarios y, en la cátedra en los seminarios, por ejemplo, no tiene mucho lugar. Bien ha investigado la psicología la importancia de la figura femenina en la crianza, la cual también se extiende a lo espiritual y a lo formativo. Claro que para ello hay que superar la tentación de verlas como “Evas-tentadoras”, como riesgo o amenaza. Hay que verlas como Mujeres, Hermanas, Formadoras, Profesionales, que, por cierto, las hay muy bien formadas y cualificadas para la cátedra —gracias a Dios—, pero no suficientes, aún no son suficientes en los seminarios y casas de formación.

Fotografía por Ella Jardim / unsplash.com

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